Dio la impresión, apenas cayó el quinto gol, de que si la Selección no pisaba el freno las cifras serían brutales. A fin de cuentas, es la diferencia lógica entre el campeón del mundo y un habitante de relleno en el microuniverso Concacaf. ¿Cuántos? ¿Diez goles? ¿Doce? Al final fueron siete, una anécdota supeditada a lo que Argentina quisiera hacer. Así que Curazao se marchó de la madre de ciudades con un resultado piadoso a cuestas, y a la vez suficiente para pagar el amor descomunal que el público le tributa a esta celeste y blanca. Si hace unos días Panamá obturó el gatillo de la Scaloneta durante más de una hora de juego, anoche Curazao no tuvo esa suerte. Pero es lo de menos.
Lo importante aquí es el registro histórico. El paso del campeón por el interior profundo de la argentinidad, una noche provinciana de pura pasión futbolera y de absoluta devoción por este refulgente ramillete de ídolos coronados en la cada vez más lejana Qatar. El pueblo lleva a la Selección en la piel y en el corazón, la quiere, la abraza, la mima. Para los chicos es como un juguete; para los grandes, un regalo del cielo. Para todos, una bienvenida invitación a la alegría.
De eso se trató esta minigira posmundialista, una suerte de viaje de egresados, un cumpleaños interminable, una fiesta como las de antes, aquellos carnavales de la niñez. La patria es la infancia, escribió Rilke. La Selección propone un viaje hacia aquellos momentos y lugares en los que supimos ser felices. Como una cajita de música a la que le damos cuerda una y otra vez. Por eso la ansiedad por el viaje, por la compra de la entrada. Por estar cerca, sentirse parte.
Del fútbol que viene, el inicio del camino a la defensa del título, empezaremos a hablar en junio, cuando sea el turno de los primeros amistosos de carne y hueso previo inicio de las Eliminatorias. El ahora es un tiempo suspendido que Lionel Messi aprovecha para seguir triturando récords y superar los 100 goles con la camiseta argentina. Son 102, serán varios más porque a Messi no hay banquete que lo satisfaga. Seguir compitiendo, ganando, tan voraz como el primer día, es un mandato interno que se alimenta del fervor popular. Messi va porque la gente -su gente- va.
A los entusiastas muchachos de Curazao, de tan prolijos que quisieron mostrarse con la pelota en los pies, se les olvidó el ABC de la defensa. Apenas aceleraba Argentina dejaba en evidencia sus limitaciones, entonces después del quinto gol el equipo aceleró muy poco. Reguló el ritmo, hizo sombra, intentó por todos los medios proporcionarle a Lautaro Martínez el festejo que se obstina en gambetear. Y no hubo caso. Lautaro tuvo varias y no embocó ninguna.
Por momentos lo de la Selección fue de futsal, tocando cortito y en velocidad en las cercanías del área rival. En ese juego Messi no tiene adversarios y por eso las filigranas que le fueron saliendo. Muy bueno, también, lo de Gio Lo Celso. Nico González, mundialista frustrado, la metió de cabeza gracias a una torpeza del arquero Room (que después tapó varias). Enzo Fernández acertó desde afuera del área con la misma precisión con la que Di María marcó de penal, Y al cierre, el siete de oro: desborde de Dybala y definición de Montiel, llamado a ejecutar nuevamente el tiro del final.
Fue el espectáculo que el público quería ver y por eso estuvo bien. Curazao no tiene de qué quejarse, sabía lo que le esperaba. Es más; anotó su nombre en un capítulo privilegiado del fútbol nacional. De este registro histórico en el que un equipo y un país salieron juntos de juerga porque hay motivos de sobra para celebrar tirando la casa por la ventana. Y así como vino, se fue. La fiesta se terminó porque siempre lo que sigue es un nuevo comienzo. Pero antes la Selección fue hedonista a más no poder. Se bebió todas las mieles. Bailó con todos, paseando su mirada. Touché.
1 x 1
Emiliano Martínez (6)
Fue un espectador de lujo, en el “Madre de Ciudades”. No pasó sobresaltos.
Gonzalo Montiel (7)
Mostró solidez defensiva y pasó bastante al ataque. Sólo le faltaba marcar y lo hizo.
Germán Pezzella (6)
En la primera que tuvo, casi convierte. Inició muy bien la jugada del 1-0.
Nicolás Otamendi (6)
En una formación que alternó titulares y suplentes, demostró toda su jerarquía.
Marcos Acuña (6)
No pasó muchos sobresaltos por su sector. Jugó con comodidad.
Alexis Mac Allister (6)
Buen pase y triangulaciones. Empezó y terminó una muy buena jugada.
Enzo Fernández (8)
Aporto lo suyo en ataque y en defensa, mostrándose como salida. Recibió del “10” y con un derechazo marcó el 4-0.
Giovani Lo Celso (8)
Volvió a jugar después de mucho tiempo y estuvo a la altura. Brindó dos asistencias.
Lionel Messi (10)
No deja de sorprender y se despachó con un triplete. El capitán marcó su gol número 100 y fue ovacionado por todos.
Lautaro Martínez (5)
Estuvo impreciso y dejó pasar varias chances. Otra vez, el gol le fue esquivo.
Nicolás González (7)
Aprovechó un mal despeje para marcar el 2-0 de cabeza. Además, asistió a Messi para que marcara su hat-trick.
Rodrigo De Paul (6)
Realizó un trabajo omnipresente en el medio de la cancha. Por momentos se inclinó al sector derecho.
Exequiel Palacios (6)
El tucumano aportó juego y también presionó a los rivales.
Juan Foyth (6)
No paso demasiados sobresaltos en su desempeño como central. Partido prolijo.
Ángel Di María (8)
Se asoció bien al partido y generó peligro. Provocó y ejecutó el penal del 6-0.
Paulo Dybala (7)
Siempre desequilibrante. Brindó la asistencia para el 7-0.
Franco Armani (-)
Jugó muy poco para ser evaluado.